Esta Semana después de la resaca de excesos de las fiestas navideñas, descubrí en el fondo de mi nevera una botella de albariño que compré en Galicia este verano. Estaba bien fresquita, ¡Uhhhhh....Cómo a mi me gusta! Y sin más dilaciones me dije a mi misma: "¿Por qué voy a dejarla en la nevera más tiempo?" No esperé a nada ni a nadie y la cogí, abrí el cajón en busca del abrebotellas y saque del armario una copa sueca; si sueca, de las del magnate del mueble. Esas copas estándar, de vidrio grueso, baratas y que se conocen con el nombre de RÄTTVIK .
Recordaba haber tomado este albariño en su tierra y saberme a gloria bendita: Así que me decidí a comprar unas botellas para regar los paladares de mi familia estas Navidades.
Descorché la botella con impaciencia y me serví media copa, ardiendo en deseos de empezar a degustarlo. La primera impresión fue de acidez. Di un segundo trago y seguía sintiendo la misma sensación.¡ No podía ser! Tenía la temperatura correcta, estaba recién abierto y lo más importante era de la cosecha del año pasado. ¡Imposible que estuviera malo!
Abrí de nuevo el armario de la cocina donde guardo las copas y al fondo vislumbré una copa que me traje a casa después de una degustación de vinos. Te la regalaban ¿eh?
Me serví de nuevo el albariño, y si ahora si, descubrí en el paladar el gusto a cítricos y frutas maduras.
La clave estaba en la copa: en la forma de la copa y el grosor del cristal.
Empecé a recordar cuanto odio pedirme un "crianza" en un bar y me lo sirvan en vasos de chiquiteo, como los "zuritos" de cerveza. El tomar un Gin Tonic en un vaso alto de tubo, o una copa de champagne en una copa abierta en forma de bañera. Y me doy cuenta, la importancia que tiene las bebidas bien preparadas, pero sobretodo servidas en la copa adecuada.
¡Señores, cuando vamos a un gran almacén encontramos departamentos grandes y completos con variedad de cristalería! Por algo será.....
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