martes, 5 de enero de 2016

LA NOCHE MAGICA


















¡Que ilusión me hacía este día cuando era pequeña! Es una autentica maravilla ser tan inocente y creer en la magia.

Todo el protocolo que supone esta noche mágica: ir al Corte Ingles y hacerte con la revista de juguetes de turno, donde estaban todos los que te sabías y los que no. Recortar la carta que encontraba en la propia revista y redactarla con todos los deseos; meterla en un sobre e ir al cartero real que había venido de Oriente a recoger las miles y miles de cartas de todos los niños. Hacíamos la cola para poder sentarnos en sus piernas y contarle al oído nuestros deseos, mientras nuestros padres no dejaban de hacer fotos para inmortalizar semejante momento.

Una vez entregados  nuestros sueños al "emisario real" ya me quedaba tranquila sabiendo que dentro de unos días tendría mis juguetes. Eran "Reyes" así que no me podían fallar, tenían que traerme todo lo que había pedido.

Ahora me quedaba ir la tarde del 5 de enero a ver a los Reyes Magos de Oriente que habían venido para saludar a todos los niños y niñas de todas las ciudades antes de empezar a repartir sueños por las casas. En la cabalgata, cada Rey con su paje y su séquito me dejaban con la boca abierta mientras tiraban caramelos a destajo para celebrar su llegada. ¡No sabía cuál me gustaba más! Que si Gaspar, Melchor o Baltasar; que más daba con tal de que me dejaran en el salón de casa mis peticiones.

Después de vitorear a todos los que pasaban, llegar a casa y una vez cenada, solo quedaba lustrar bien los zapatos para colocarlos debajo de un pino natural repleto de horrible espumillón y bolas de colores. Todos en orden, no podía faltar ningún zapato: mis padres y hermanos. Lo único que faltaba era  preparar una bandeja con tres vasos de agua, turrón y polvorones para  Sus Majestades, a los que les esperaba una noche de aúpa. Una vez abierta la ventana del balcón, para facilitarles la entrada, me acostaba tapándome con mis sabanas hasta las orejas pensando en dormirme la primera para que llegaran a casa pronto y cargados de regalos.

A la mañana, pronto, me descubría poco a poco e iba avisar a mis hermanos para ir todos juntos al salón y ver si todo lo que habíamos pedido estaba a los pies de nuestros zapatos. Casi siempre nos traían lo que habíamos pedido, aunque a veces no lo encontraban y nos traían sucedáneos; daba igual. Los turrones de la bandeja estaban mordisqueados y el agua vacía. ¡Pobrecitos, que agotados estaban!

Hoy sigo viviendo la misma magia cuando mis hijos se levantan y se acercan al árbol con la misma cara de ilusión que yo a recoger sus regalos; a veces peticiones escritas y a veces sorpresa.
¡Que no se pase esta magia! 

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